“La política no es una técnica como la mecánica.
Es, más bien, como la cocina.
Ningún libro de recetas, por muy completo que
sea o por claras que sean sus ilustraciones,
puede servir a quien no tiene sazón”.

-Michael Oakeshott-


La transición política de México fue pensar la democracia en términos liberales, con elecciones libres –organizadas por un órgano autónomo del gobierno-, equilibrio de poderes, rendición de cuentas, descentralización del poder, libertades civiles y políticas, siendo la libertad de expresión un pilar fundamental.

En el libro “Los Límites de la libertad de expresión”, Eduardo Lima Gómez señala que, hay tres visiones respecto a la libertad de expresión: la primera, plantea una autoregulación –siendo algunos periodistas quienes han propuesto esto-. Quedando en ellos determinar hasta dónde hay una afectación y que cada uno, en su ejercicio, encontrará los límites de su libertad de expresión. Siendo ellos los únicos que autodeterminen hasta dónde llevar su ejercicio. Destacando que, el Estado no debe intervenir.

La segunda visión plantea que, los límites a la libertad de expresión están en la Constitución (art. 6º y 7º, teniendo como complemento el Derecho de Réplica), en la legislación nacional (sanciones administrativas, sanciones civiles y penales) y en los tratados (art 32.2 Convención Americana sobre Derechos Humanos: “Los derechos de cada persona están limitados por los derechos de los demás, por la seguridad de todos y por las justas exigencias del bien común, en una sociedad democrática”).

Y una tercera visión señala que hay que replantear la libertad de expresión a través de la educación y del planteamiento que se haga como sociedad. Construir la sociedad que queremos.

De igual forma, agrega Lima Gómez en su libro que, la libertad de expresión tiene dos vertientes particulares: Una crítica al poder (enfocada al servidor público, donde la crítica fortalece al estado democrático) y una que tiene que ver con los particulares (personas que no son servidores públicos).

En su esencia, la democracia implica respetar las distintas visiones de cómo hacer las cosas. Generando consenso. Respetando opiniones divergentes. En suma, cuidando la conservación de espacios donde las diferentes opiniones se expresan.

Es saludable para toda sociedad ejercer su derecho a la libertad de expresión en sentido amplio y, particularmente, a través de periodistas comprometidos con la verdad y críticos del actuar gubernamental. La libertad de expresión como ejercicio de libertad, ¿se puede acotar?. No. Sólo se le confronta con evidencia científica y datos duros. La vida del país será más saludable cuando el debate público cuente con información veraz y se permita el derecho de réplica. Máxime, cuando hoy día hay visos de una restauración autoritaria.

En 1978, el politólogo Juan Linz publicó el libro “La quiebra de las democracias”, donde advierte cuatro señales que caracterizan a los políticos antidemocráticos: 1) rechaza, ya sea de palabra o mediante acciones, las reglas democráticas del juego. 2) niega la legitimidad de sus oponentes, 3) tolera o alienta la violencia, y 4) indica su voluntad de restringir las libertades civiles de sus opositores, incluidos los medios de comunicación.

El entorno democrático y fortalecimiento institucional que se ha construido a lo largo de estos años ha ofrecido una importante resistencia. Y dependerá del electorado fortalecer los contrapesos de nuestra democracia, apoyando a aquellos actores políticos que aceptan las reglas del juego democrático y se someten a las mismas, a sus formas y ciclos. Actores políticos que, en su probado actuar como gobierno, se hayan caracterizado por el fortalecimiento de las instituciones.

Parafraseando a Federico Reyes Heroles, si algo creemos benéfico para nosotros deberá serlo para los demás. El sentido de comunidad nace del principio de simpatía y empatía. Hay cuestiones que simplemente no son negociables en ninguna circunstancia. Las libertades de creencias, de expresión, de información, de organización, entre otras. Pues son condiciones básicas para el funcionamiento de una democracia liberal. No existe el pensamiento único.

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